Al frente del escenario vitivinícola de Sudamérica, pero raras de encontrar como protagonistas, un grupo de uvas nativas aplaudidas en tiempos coloniales está renaciendo de la mano de bodegas y enólogos que prometen devolverles su popularidad.
Fue estigmatizada durante años y vista con desconfianza por el paladar crítico, pero hoy la criolla está encontrando su (justo) renacimiento. Cuando hablamos de “criolla”, en verdad no hablamos de una única uva, sino de un grupo amplio de distintas cepas, todas con un espíritu común que concluye en vinos frescos, de color ligero y enorme productividad.
Moscateles, Cereza, Malvasia, Criolla Grande y Criolla Chica, Pedro Giménez y varias más forman parte de esta tribu genéticamente emparentada y originada en Sudamérica como resultado del cruce natural entre uvas traidas por los españoles. Por años, ellas dieron vida al perfil sencillo de los vinos de la época, pero cuando el mercado comenzó a demandar tintos rojo fuego y de paladar voluptuoso, llegaron las cepas de raíz francesa, como Malbec o Cabernet Sauvignon, desplazando a las autóctonas. Quizás aquí solo el Torrontés logró sobrevivir estoico, como un icono de los blancos nacionales que, curiosamente, surge del entrecruzamiento entre la Criolla Chica y la Moscatel de Alejandría, dos nativas.
Todavía hoy, un tercio de la superficie cultivada con vid en la Argentina corresponde a variedades criollas aunque poco es lo que se embotella separadamente En general, estas uvas se destinan a vinos genéricos sin denominación varietal, camuflados entre bonardas y malbecs. Pero el éxito de Chile con su “uva país” incitó a varios viticultores locales, haciendo que en estos últimos tres años reinterpretaran el potencial lleno de frescura de las criollas, ideando vinos de mayor refinamiento y con menores rendimientos por hectárea. Algunos ejemplos son utilizados como base de espumantes y otras etiquetas de tintos y rosados que, elaborados desde Salta hasta el Valle de Uco mendocino, respetan su espíritu liviano. La aventura ya está disponible en las góndolas de los supermercados y, en estas tardes de verano, la experiencia de beber una criolla fresca resulta inigualable.