La textura y el suave sabor de la carne de trucha, nos permite sostener que el verdadero arte de su preparación está en los pasos previos que la llevan a la sartén.
La trucha más rica es la preparada en la costa donde se pescó.
Cuanto más simple sea su elaboración, menos alteraremos sus cualidades culinarias.
Si bien no nos podemos sustraer a la incorporación de aliados, para conseguir diferentes formas de cocinarlas, la sugerencia es respetar las proporciones de estos agregados, para que no compitan, y sí privilegien, las cualidades de su carne. Alguna de las posibilidades: saltadas: en manteca o aceites nobles, con hierbas finas, alcaparras, almendras, o suave provenzal.
A la parrilla, sobre las brasa o en papillote: al limón, rellena con verduras crudas o saltadas; o cocida al champagne.
Lo indispensable: la caña, el salero y un buen vino, si es de Río Negro, mejor. El semillón de Canale sería un compañero ideal. Para los no dogmáticos, un tinto suave, Marcus Merlot.